Manuel Novoa Chacón: vida y legado del periodista vallenato

Por Guillermo Romero Salamanca | --Novoa Chacón, le preguntamos a menudo. ¿Quién es el mejor cantante vallenato?

--¿Quién será? Jorge Oñate.

--¿El mejor compositor?

--Sin duda: Rafael Escalona.

--¿La canción de su vida?

--La vieja Sara.

--¿El mejor acordeón?

--Alfredo Gutiérrez.

--¿La canción que le hace llorar?

--Alicia Adorada.

Así se repetía la entrevista semana a semana, mes tras mes durante varios años. Era el saludo. Nunca existió ni el “buenos días”, “ni ¿cómo estás?”, ni “¿qué estás haciendo? ni las consabidas siete preguntas con que los cachacos utilizamos para saludar.

Comenzó el periodismo muy joven, ingresó a El Nuevo Siglo donde redactó, además de sus crónicas deportivas, su columna “Vallenato y punto”. Luego montó su agencia “Caribe Press”, pasó por la jefatura de prensa de Santa Fe, siguió luego con sus crónicas y entrevistas para el programa radial “Bogotá Nocturna”.

Ingresó a la nómina catedrática de varias universidades como Inpahu y Central. Escribió en la oficina de comunicaciones de Sayco. Hizo profunda amistad con el maestro Rafael Escalona y por ello aprendió todas sus canciones.

Admirador acérrimo de Jorge Oñate, porque según decía y escribía, “no hay, ni habrá otro igual”.
Le gustaba el vallenato clásico, el de los juglares y en sus noches de nostalgia contaba cómo había conseguido los apoyos económicos para asistir a 16 Festivales de la Leyenda Vallenata donde entabló amistad con los directivos, los periodistas que cubrían el certamen, los cantantes, compositores, músicos y público en general.

--Yo cubrí dieciséis, óigase bien, dieciséis festivales de la leyenda vallenata. Le ganó a muchos cachacos en vallenato.

Degustador como pocos del aguardiente. “Tiene que ser Néctar, el rojo, nada de verdes, ni mucho menos azules”, decía, pero cuando de whisky era la conversación, sostenía que el mejor era que se tomaba en la plaza Alfonso López de Valledupar.

Una periodista lo bautizó como “chacarón” para molestarlo con su segundo apellido “Chacón”. Yo le decía que si conocía el significado de “chacarón” en la costa atlántica y respondía: “obvio, pero es que ella me dice “chacaroncito” con romanticismo”.

Tenía una gran fortaleza: su memoria. Sabía los títulos de las canciones de los compositores, los sitios de sus nacimientos, los ganadores del reinado de la Leyenda Vallenata, con sus fechas y acompañantes.

Fue un enamorado del vallenato y de Santa Fe. Creativo, motivador, charlador y un personaje con decenas de anécdotas diarias que iban desde sus clases de Periodismo, pasando por su jefatura de prensa de su equipo rojo hasta las parrandas con Rafael Escalona.

Escribió el libro “El juglar inolvidable” sobre Juancho Polo Valencia, apoyado por la Sociedad de autores y compositores Sayco. Tenía uno listo “Los leones rojos” sobre Santa Fe. 

Pero el corazón bogotano con sentimiento vallenato sólo alcanzó los 71 años casi cumplidos y en la madrugada del 19 de noviembre, dejó de latir.

Deseaba que el 16 de diciembre, día de su celebración por su cumpleaños, saliera el libro sobre el Expreso Rojo. 

Lo tenía preparado: lanzamiento en el Gimnasio Moderno, donde nació el equipo, prólogo de Daniel Samper, palabras de Ómar Pérez, pero lo mejor, una reunión con sus amigos para escuchar una parranda vallenata.

Manuel apoyó, entrevistó y dijo que un gran acordeonero era Alberto “El Beto” Jamaica
“Yo lo conozco desde cuando vivía en el barrio Bochica. Era albañil, pero tenía un gran deseo por aprender a tocar acordeón y hacer un vallenato auténtico. 

En Valledupar no lo veían con buenos ojos porque era de Bogotá y no creían que un “cachaco” pudiera llevarse la corona, pero luego de participar 13 veces desde aficionado hasta profesional logró en el 2006 la hazaña”, comentaba Manuel en el programa “Bogotá nocturna” que hacía con el periodista Efraín Cesar Marino Rincón.

En sus notas de “Vallenato y punto” habló de las nuevas producciones de docenas de grupos vallenatos. “Si no los apoyamos, ¿cómo haremos crecer el folclor?”, comentaba. Por eso sus amigos promotores recordaron el día de su fallecimiento cómo era deferente con ellos y con los artistas.

El 21 de noviembre, en la puerta de la Iglesia donde se ofició su despedida, Alberto “Beto” Jamaica sacó su acordeón y comenzó a cantar a manera de homenaje, una de sus grandes canciones de parranda: “Hace tiempo que en mi mente existía/ un viejo compromiso de componer un son/ Se trataba de hacé una melodía/ Con unos cuantos versos, con todo el corazón”.

Y fueron notas muy sentidas. Transeúntes que pasaron por el lugar se detuvieron para escucharlas, ejecutadas por el Rey Vallenato con la inspiración de Emilianito Zuleta.

Luego interpretó la canción que más quería, la que más pedía y que rogaba que cuando falleciera, le cantaran: “Tengo que hacerle a la vieja Sara una visita que le ofrecí/ pa' que no diga de mí que yo la tengo olvidada”, de su inmortal amigo Rafael Escalona.

Así marchó a la eternidad Manolito “parrandero”, el hombre que decía: “El día que yo me muera, ustedes descansan de mí y yo de ustedes”…

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