De inmediato fue llevado a la Clínica del Caribe en Barranquilla a donde llegó sin vida. Hacia las 10 de noche se difundía la noticia del asesinato del ídolo del vallenato, del hombre que había conquistado el mundo musical con su carisma, su forma de cantar, sus canciones que tanta alegría les dio a sus seguidores de Venezuela, Colombia, Ecuador, México y la colonia nacional en los Estados Unidos.
Las emisoras interrumpieron su programación para dar a conocer aspectos del crimen. De inmediato también comenzaron a transmitir recuerdos y un sinnúmero de canciones. La incredulidad reinaba en las calles de Colombia. Los picó de Cartagena retumbaban, en las calles de Barranquillas grandes camionetas hacían tronar los equipos de sonido. En Bogotá, en las reuniones sólo se escuchaba el repertorio de El Binomio de Oro, uno de los grandes grupos musicales del vallenato de Colombia. Los medios de comunicación se movilizaron con la noticia.
Al día siguiente, por ejemplo, los directivos de El Espacio, por insinuación de Alberto Uribe, enviaron al periodista Carlos Hugo Jiménez para que cubriera el acontecimiento.
Con la primera crónica que envió, la rotativa del periódico de la familia Ardila, imprimió 500 mil ejemplares que fueron consumidos a las pocas horas de emitirse. Todavía estaba fresca la tinta, cuando le pidieron al comunicador que siguiera en la capital del Atlántico y enviara otro escrito. La historia se repitió por varios días. Le debieron reforzar los viáticos y enviarle ropa porque el trabajo se prolongó por varias semanas.
Y es que Rafael Orozco era un experto en relaciones públicas, con su sonrisa conquistaba fácilmente. Tenía un lunar al lado derecho de su cara y en una carátula salió al lado izquierdo. Los periodistas le decían que se lo quitaba y se lo ponía según las conveniencias. Él se reía y explicaba que la culpa había sido del diseñador.
Era el hombre de las mil historias. Era famoso su pregón “para Beatriz, la cachaquita enamorada”, situación que varias féminas con ese nombre, decían que era dedicadas a ellas.
Muy generoso. Muy atento con los medios. Era capaz de aprenderse los nombres de locutores, operadores radiales y periodistas. De cuando en cuando, además de cantar sus canciones, entonaba temas rancheros de Antonio Aguilar que era su ídolo o de José Alfredo Jiménez. Contaba que cuando era niño y debía cargar latas con agua, por esos caminos polvorientos del Cesar, entonaba los éxitos de sus ídolos mexicanos.
Entre 1976 y 1992 adelantó su carrera con más de 250 canciones grabadas, en su mayoría por Darío Valenzuela, “el brujo de la consola”, con la producción artística de Álvaro Arango, Rafael Mejía, Fernando López Henao o Álvaro Picón Picón.
Rafael José Orozco Maestro nació el 24 de marzo de 1954 en el municipio de Becerril en el Cesar y desde muy pequeño quiso ser cantante.
Se hizo popular con canciones como “La Creciente”, “Relicario de besos”, “Momentos de amor”, “Sombra perdida”, “Esa”, “Cha cun chá”, “Sólo para ti”, entre otros.
Impuso una moda con los vestuarios de su agrupación. Tenía un sastre que hasta con hilos de oro bordaba notas musicales y su nombre. Era estrenados en especiales de televisión.
“Mi compadre Rafael Orozco tenía una voz muy tierna que sabía llegarle a todos los públicos, en especial al género femenino, porque, además, fue el primer cantante vallenato que supo manejar la expresión corporal y el dominio de escenario, era toda una estrella internacional”, decía el maestro Juan Piña Valderrama en una entrevista en “La Cháchara”.
“Con Oñate cambia ese modelo. Además, lo acompaña una portentosa voz. Lo de Rafael Orozco era distinto. No era esa voz potente, pero era cadenciosa, con mucho sentimiento y versatilidad. Era una voz que sabía interpretar lo puro de la música vallenata, y las nuevas tendencias. Le lucía cantar lo viejo y lo nuevo. Era mucho más versátil que todos los demás cantantes del momento”, comentaba Alfredo Gutiérrez.
Muy distinto, en todo caso, ese vallenato romántico de esos años a los gritos de los vocalistas de ahora.
Rafael Orozco siempre estará presente en los seguidores de la buena música.